Por Edu William, empresario, Corporate Venture Builder y profesor asociado Doctor de la ULPGC
El efecto de la pandemia en el turismo ha sido, y está siendo, extremadamente duro. Ha atacado a los cimientos del sector, que es el desplazamiento, lo cual era una opción poco predecible por los gestores. Paralizar un sector por completo, no obedece a una debilidad del modelo turístico en sí mismo –que evidentemente, y no por la pandemia, requiere de una transformación- sino a una debilidad social, política y humanística. No saber anticiparse, gestionar, mitigar y adaptarse a las consecuencias de la saturación del planeta, amplificadas por la globalización, es el problema real que debemos abordar. Todo está interconectado como vasos comunicantes: la salud, la biodiversidad, el clima…aunque actúen en nuestras antípodas, puede impactar de lleno en nuestra modelo social y económico.
Ahora tenemos que centrarnos en la urgencia de solucionar la emergencia. Una vez eso, el turismo volverá a ser nuestro principal activo: el único sector en el que somos líderes internacionales. Eso, que se dice pronto, no es nada sencillo. Podemos plantear muchos sectores que serán potentes en el futuro, pero ser líderes -que exige tener oferta competitiva y alta demanda- es otro cantar. Porque el turismo deba transformarse, no podemos desdeñar nuestro principal activo: es precisamente el turismo quien tiene la llave para dinamizar la transformación y ayudar a una diversificación. Evidentemente, depender de algo, nunca es una fortaleza. Pero que ese algo sea un líder, sí es un activo. Cualquier otro planteamiento que busque la diversificación, demonizando o quitándole valor al turismo y arrancando de cero, llevaría un coste, incertidumbre y complejidad, poco racional.
Pero que seamos líderes, no quiere decir que obviemos los cambios y, sobre todo, el aprendizaje de la pandemia: es el momento de abordar lo importante. Lo estratégico. Porque de la pandemia salimos con una urgencia: que los líderes se sensibilicen y empiecen a invertir en lo importante. Aunque eso no sea urgente en el corto. Tenemos que invertir ya, y fuertemente, en lo que nos marcará el rumbo dentro de 5 años. Y la pandemia, aunque muy dolorosa y con un altísimo coste, ha sido un ejercicio de simulación de lo que se nos viene encima: un mundo débil a nivel ambiental y humano, a la vez que inmerso en una digitalización imparable.
¿Cómo va a competir un archipiélago en medio del Atlántico en ese escenario? ¿Cómo va a transformarse el turismo en ese nuevo escenario?
Tenemos un sector cada vez más robusto y “musculado” pero, personalmente, aún no somos dueños del “cerebro”. Y eso es justo lo que necesita el nuevo modelo. Nos falta desarrollar inteligencia. Inteligencia para optimizar el valor de los clientes para conseguir “más con menos”. Inteligencia para diseñar experiencias personalizadas de mayor valor añadido. Inteligencia para optimizar costes. Inteligencia para aprovechar el cambio en la pirámide demográfica. Inteligencia para mitigar la huella ecológica. Inteligencia para ser creativos. Inteligencia para aprovechar el mar. Inteligencia para desarrollar algoritmos de inteligencia artificial. Inteligencia para liderar la robótica. Inteligencia para liderar el teletransporte. Inteligencia para desarrollar “empleados aumentados”. Inteligencia para desarrollar nuevos sectores, impulsados por el turismo. Inteligencia empresarial para ser competitivos en un mundo digital.
Y tenemos el mejor laboratorio para investigar, que es nuestro destino. Y, a la vez, la mejor escuela. Con una gran oferta empresarial y una gran demanda. Partimos en ventaja, pero debemos ser ágiles y, sobre todo, inteligentes. Se acabaron las teorías. Se necesita acción.